En la maltrecha vivienda de las Rosarios -la abuela, la madre y la nieta- tres mujeres sobreviven a la precariedad y la falta de recursos mientras un demonio vive en un agujero del techo, las palomas hablan a las personas o una niña muerta pasea en bañador por el pasillo. Pero Aguaviento no es, ni por asomo, una novela de terror, sino un retablo lírico y perturbador en el que, con una prosa brillante y asombrosa, se combina un costumbrismo sucio y deslumbrante con cierto realismo mágico lleno de desazón y poesía. Y, como telón de fondo, el conflicto de la infravivienda, la especulación inmobiliaria y el proceso de turistificación de muchas de nuestras ciudades, que en este caso es Cádiz, pero que podría ser cualquier otro lugar. O quizás no.