Julio no está pasando por su mejor momento. Su mujer le ha pedido el divorcio y a él se le ha caído el mundo encima, no por el hecho de que se les haya acabado el amor —hace años de eso—, sino por todo lo que conlleva: tres días a la semana deberá hacerse cargo, él solito, sin ayuda de nadie, de sus hijas y de su hermano, un adolescente insoportable. Y, precisamente, no es que los conozca demasiado bien —más bien nada— o sepa cómo interactuar con ellos. Al fin y al cabo, siempre ha trabajado muchas horas y apenas estaba en casa, lo que hasta el momento le había venido de maravilla para evitar a su familia.