A lo largo de su dilatada trayectoria, Antonio Fraguas de Pablo, Forges, retrató con increíble agudeza medio siglo de intrahistoria de España, esa que no sale en las noticias de los periódicos, la que está formada por pequeñas instantáneas de cotidianidad y que es, al fin y al cabo, un pedacito de realidad.
Y en ellas el amor es uno de los principales protagonistas, ingrediente esencial y motor de la vida y de los personajes que transitan por ella. Pero no es el amor romántico, ese sentimiento etéreo y platónico, lo que quiso reflejar Forges en sus chistes, sino el día a día de la vida en pareja y las relaciones personales, en el que hay mucho amor, pero también odio, rencillas y discusiones, ligues e infidelidades, sexo y erotismo…
En eso reside la genialidad del maestro: en haber sabido retratar a la perfección —a veces con ironía, otras con ternura, siempre despertando una sonrisa— la vida misma. Esa que también consiste en luchar por el mando a distancia, librarse de poner la lavadora, intentar sobrevivir a los hijos o procurar salir ileso de las reuniones familiares.