Aunque la trayectoria literaria de
Lucía Litjmaer (Buenos Aires, 1977) arrancó en 2015 con un ensayo sobre la
deep web, parece que ha sido su incorporación al catálogo de Anagrama (primero con
Ofendiditos. Sobre la criminalización de la protesta, ahora con
Cauterio) la que la ha validado definitivamente como una escritora a la que seguirle la pista de cerca. Lijtmaer, con su formación interdisciplinar, juega en diferentes medios para exponer desde todos los puntos de vista posibles sus temas fetiche: la sociedad, el feminismo y el sentido el humor despiadado que le ha servido para recibir, junto a Isa Calderón, un Premio Ondas por un podcast que deberíais escuchar si no lo hacéis ya.
Cauterio no es su primera incursión en la narrativa, y por el tono quiero sospechar que tampoco se aleja tanto de la mirada personal que encontrábamos en
Casi nada que ponerte. Solo que esta vez, si se me permite la intertextualidad, la historia es la de dos mujeres. Pero es algo más.Las de las protagonistas de esta novela son dos historias que sirven de pretexto para hablar de la sociedad, de la presente y del aparato, del heteropatriarcado, que nos ha llevado hasta donde estamos. Y de cómo hacerle frente desde los márgenes o desde caminos poco transitados. Sirven, digo, como preámbulo para un análisis profundo del dolor personal, de la soledad, de la sensación de vacío y abandono contemporáneas.Decir que en
Cauterio hay un cruce de caminos entre la Deborah Moody del siglo XVII y una anónima treintañera es, de tan trillado, poco informativo. Es cierto que la trama es esa, pero los cimientos son los que sostienen una ficción que gira en un epílogo sorprendente que resignifica toda la ficción construida a lo largo de las doscientas páginas que tiene la novela.No obstante, si bien es cierto que creo que lo que da consistencia a la novela es aquello que subyace al mero relato, lo que se cuenta no es baladí. No es, no puede ser casual la selección de un personaje como el de Deborah Moody, que sobrevivió en una sociedad y en un ambiente donde la persecución era la norma. Tampoco carece de importancia el contexto en el que se inserta el monólogo interior de una mujer que, cuatrocientos años después, tiene que emprender otro tipo de huida pero que se somete a las mismas presiones de su tiempo.«La peor venganza […] es que te dejen con la palabra en la boca», hace decir a una de las dos protagonistas. «No pienses en el dinero, piensa en el amor, dicen», le replica la otra unas páginas después. Así, en la intersección entre el vacío social y la destrucción de un ideal romántico que se revela un fraude, se construye algo mucho más importante: la fuerza con la que se puede construir desde el apoyo mutuo.
Sara J. Trigueros,
Librería 80 Mundos (Alicante)