Manuel Morao. Yo nunca a mi ley falté
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Aquel niño que no podía ser bracero pasea por las calles de su pueblo atrayendo las miradas y las expresiones de admiración de todos. Ese niño, incapacitado para el trabajo en el campo y que se hizo guitarrista, ha doblado ya la esquina de los noventa. Entre ambos momentos media una de las más brillantes y trascendentes experiencias (profesionales y personales) de la historia de la guitarra flamenca, de la historia del cante gitano andaluz y de la historia general de la cultura andaluza. Entre aquel niño y este elegante gitano que sigue admirando a quienes lo conocen o lo descubren, hay un hilo de continuidad jamás quebrado, un camino sin vuelta atrás por el que ha discurrido su vida: la perseverante defensa del flamenco y muy especialmente de esa concreta forma de entenderlo y sentirlo que es propia de los gitanos de la Baja Andalucía.