La España que Richard Wright visitó en 1954 no era el escenario romántico de la canción y la historia, sino un lugar de trágica belleza y peligrosas contradicciones. Como hombre negro en los años cincuenta, castiga a Occidente por su colonialismo e imperialismo, mientras que como intelectual abraza el humanismo secular de la civilización occidental. Sus sentimientos encontrados sobre Occidente se adaptan perfectamente a su análisis de España, un país aliado de Occidente pero también alejado de él. El retrato que ofrece en España pagana es una descripción abrasadora, poderosa, pero escrupulosamente honesta, de una tierra y un pueblo en crisis, atrapados entre las garras estranguladoras de una cruel dictadura y lo que Wright vio como una corriente subterránea de fe primitiva.