Pocos dirigentes políticos del siglo xx han disfrutado de mayor popularidad de la que gozó Hitler, entre su propia gente, durante los años treinta y cuarenta. La fascinación que emanaba de su figura estaba basada en las esperanzas de los millones de personas que lo idolatraban y creían en él. Su magnetismo radicaba menos en los extraños y arcanos preceptos de la ideología nazi que en ciertos valores sociales y políticos. Ian Kershaw cartografía la creación, la ascensión y la caída del mito de Hitler a partir de todos estos elementos.