Los anhelos de una vida amorosa e intelectual inquieta que Gregorio alimentó en su juventud se habían esfumado cuando, convertido ya en un oficinista gris, conoce un día por teléfono a Gil, hombre modesto, maduro también, quien, tras largos años de exilio, acabó idealizándolo todo en mitos anacrónicos. Gil necesita a toda costa a un héroe-artista al que adherirse y, lentamente, consigue resucitar en Gregorio sus sueños juveniles y el deseo de convertirse en esa figura simbólica. Y ha lugar la metamorfosis de Gregorio en Faroni, personaje que ninguno de los dos nunca logró ser -ingeniero y poeta, trinfador, culto, políglota, apuesto, audaz en el amor, «progre»-, pero patética caricatura del artista trasnochado. Cuando Gil va por fina conocer a Gregorio, éste ya no puede volver atrás. Estos dos adolescentes otoñales han emprendido juegos demasiado peligrosos, y fortificando el uno por la feredentora del otro, ya no pueden sino fundirse para siempre en Faroni.