Raras son las novelas que nos hacen asistir al nacimiento de los personajes con una precisión científica a la vez que nos obligan a ejercitar nuestra intuición respecto a sus destinos. Y es que eso que llamamos destino, y que al decir de Rilke ocurre de dentro hacia afuera, depende de la percepción de sus habitantes. Así se construye el mundo Houellebecq: a partir de sus partículas elementales, partículas que se muestran en tensión porque la flacidez nunca originó la vida que aquí rabiosamente se crea. De una parte Michel, un genio de la biología, trabaja en la fórmula para alcanzar la reproducción sin pasar por el placer, en la creación de una nueva raza humana y animal. Como contrapunto, su hermano Bruno, misántropo, profesor de literatura, no sabe vivir sin la obsesión por el sexo como enfermedad y dolor. Los personajes forman parte de una utopía distópica en la que la necesidad sexual se cuestiona tanto como se reclama. Se anticipa una nueva sociedad, desvinculada del deseo, la culpa y la sangre filial que nos amarra a la humanidad, y sin embargo esta novela es un homenaje integral al hombre de hoy como ser deseante, tan mezquino como inmejorable por su capacidad de soñarse a sí mismo como un hombre distinto.Marina PerezaguaIlustración de cubiertaPep Montserrat