Para Emil Cioran el papel de la filosofía no es otro que el de retorcer la vida por todos sus lados, recorrer de arriba abajo sus recovecos y entresijos, enseñarnos de nuevo el consuelo de la furia y recordarnos el arte de maldecir. Escrito en rumano en 1940, esta obra refleja las obsesiones del autor acerca del peso de la temporalidad sobre el alma, las enseñanzas vitales que nos depara el sufrimiento, la infinita melancolía por el paraíso perdido —si es que este existió alguna vez— y la añoranza por un éxtasis místico que nos permita olvidar, siquiera momentáneamente, nuestra finitud.